Los reformadores fueron firmes creyentes en la inspiración de la Biblia. Aceptaron las Escrituras como la única guía para la fe y la vida de los cristianos, y consideraban que Moisés había sido el autor del Pentateuco.
El único que expresó dudas en cuanto a esto fue Andreas Karlstad. En su obra De canonis scripturis (1520) afirmó que el relato de la muerte de Moisés (Deuteronomio 34:5-12) tiene el mismo estilo de la narración anterior, y que como Moisés no pudo haber escrito el relato de su propia muerte, la sección anterior también tuvo que ser escrita por otra persona.
Algunos autores católicos hicieron declaraciones más tajantes que la de Karlstad.
En 1574 el abogado Andreas Masius sugirió que el Pentateuco había sido recopilado por Esdras teniendo como base documentos antiguos.
El jesuita español Benedicto Pereira (1594) aceptaba que mucho del Pentateuco había sido escrito por Moisés, pero afirmaba que también podía detectarse la obra de manos posteriores.
El racionalista Richard Simon (1678) decía que el Pentateuco mostraba un complejo desarrollo literario desde Moisés hasta Esdras, y negó la inspiración de algunas partes.
Las obras de Masius y Simon eran tan radicales que se las colocó en el Index de obras prohibidas.
Entre los eruditos protestantes del siglo XVII hubo algunos que rompieron con la tradicional aceptación de Moisés como autor del Pentateuco.
Thomas Hobbes (1651) sostenía que Moisés "escribió todo lo que allí se dice que escribió", sugiriendo de esta manera que las secciones que no se atribuyen específicamente a Moisés pudieran haber sido escritas por otros.
El erudito reformado Isaac de la Peyrére (1655) intentó demostrar que Moisés incorporó en el Pentateuco documentos de autores premosaicos.
Jean Le Clerc (1685) decía que debido a que tanto los samaritanos como los judíos tenían Génesis 1-11, estos capítulos tuvieron que haber sido escritos por un autor israelita que vivió en Babilonia después de la caída de Samaria (722 a. C.), pero antes del exilio de los judíos (597 a. C.).